lunes, 27 de enero de 2020

Día de la Paz: 30 de Enero de 2020

WANGARI MAATHAI, LA MUJER ÁRBOL.

El Día de la Paz 2020 homenajeamos la figura de Wangari Maathai, activista política, ecologista y premio Nobel de la Paz que dedicó su vida a proyectos humanitarios y medioambientales como la reforestación de árboles en África. Nació en Nyeri, Kenia, en 1940, una época en la que las mujeres, sobre todo las de raza negra, no tenían oportunidad de estudiar. Ella lo hizo. A la escuela en Kenia le siguió la carrera de biología en Estados Unidos y Alemania, y el doctorado en medicina veterinaria en Kenia. Fue la primera mujer negra doctorada de África Oriental y Central. La ecología y los derechos humanos, especialmente los de la mujer, fueron las causas a las que dedicó su vida. Un día decidió plantar un árbol en un pequeño jardín. A ese árbol le siguieron muchos más, y a ella la siguieron miles de mujeres. En 1977 creó el Movimiento Cinturón Verde (Green Belt Movement) destinado a la plantación de árboles para salvar el planeta, y que persigue plantar un cinturón verde de árboles que atraviese toda África, desde el océano Índico hasta el Atlántico. A lo largo de 40 años han sido casi 50 millones los árboles que ha plantado y 80.000 las mujeres campesinas que viven gracias a su trabajo en los viveros creados por su Movimiento. Durante toda su vida luchó por defender la justicia y los derechos humanos. La lucha contra el cambio climático y la defensa de una mayor presencia de la sociedad civil en la política fueron dos de sus máximas prioridades. Era consciente, fue de las primeras en serlo, de que ecología, paz, desarrollo y derechos humanos son conceptos que están íntimamente ligados. Se enfrentó a la dictadura de su país y a las grandes multinacionales que esquilmaban su tierra. Fue detenida y encarcelada muchas veces. Jamás se dio por vencida: “Toda persona que haya logrado algo ha sido derribada varias veces. Pero todas ellas se han levantado y han continuado, y eso es lo que siempre he tratado de hacer” Llegó a ser Vice-Ministra de medio ambiente de Kenia y en 2004 recibió el Premio Nobel de la Paz. Se llamaba Wangari Maathai y era conocida como la mujer árbol. Falleció el 25 de septiembre de 2011, aunque ella sigue viva porque, como solía decir: “La experiencia me ha enseñado que servir a los otros tiene su recompensa. Los seres humanos pasamos demasiado tiempo acumulando, pisoteando, negando a otras personas. Y sin embargo, ¿quiénes son los que nos inspiran incluso después de muertos? Quienes sirvieron a otros que no eran ellos” Un proverbio griego dice que “una sociedad se hace grande cuando los ancianos plantan árboles, aunque saben que nunca se sentarán en su sombra”. Imbuida de esa maravillosa filosofía de la vida, ella decía: “Lo que he aprendido con los años es que debemos ser pacientes, constantes y comprometidos. Cuando plantamos árboles, algunos me dicen: “No quiero plantar este árbol porque no va a crecer lo bastante rápido”. Tengo que recordarles constantemente que los árboles que están cortando hoy no fueron plantados por ellos, sino por quienes les precedieron. Por ello, tienen que plantar los árboles que beneficiarán a las comunidades en el futuro” La cultura africana siempre ha girado en torno al árbol. No sólo por la riqueza de sus frutos, de su madera o por contribuir a evitar la desertización. El árbol en África es un símbolo de vida, de unión con la tierra, pero también es un símbolo de paz. Wangari Maathai lo explicaba muy bien cuando recordaba su infancia: “Muchas comunidades en Kenia, y estoy segura que en todas partes de África, tenían el concepto de árboles de la paz. Cuando los ancianos trataban de lograr la reconciliación entre comunidades e individuos solían sentarse alrededor de árboles específicos. Entre los kikuyu, etnia a la que pertenecía, el árbol de la paz era una especie llamada Thigi. Es más bien un arbusto que un árbol, con muchos retoños. Solían cortarse varas de los retoños que se entregaban a los ancianos como símbolo de autoridad. Los ancianos llevaban estas varas a todas partes donde iban. Cuando encontraban gente que se estaba peleando empezaban por dialogar con ellos y, si pronunciaban un juicio de que no existía razón para el desacuerdo, colocaban la vara entre las partes en riña. Una vez hecho esto, los protagonistas debían separarse y declararse reconciliados. Los árboles Thigi eran comunes y estaban protegidos. Estaba prohibido cortarlos para ningún otro fin o usarlos para construcción o leña. Pero ahora han desaparecido. Yo misma no he llegado a ver ninguno de ellos. Desaparecieron porque ya no se los valoraba. Ya no se obligaba a la gente a ser reconciliada por los ancianos de la comunidad. Con el colonialismo toda esta estructura fue destruida. Ahora, cuando las personas tienen un conflicto, recurren a la violencia. Ya no hay más árboles Thigis y hay muchos más conflictos” Wangari Maathai intentó recuperar esta tradición de los árboles de la paz plantando árboles para exigir la puesta en libertad de los presos de conciencia. Su infancia, en el campo, se vio rodeada de un paisaje que ya no existe: “Crecí viendo vegetación a todo mi alrededor: la tierra siempre estaba cubierta de bosques y árboles. No teníamos una palabra para desierto, porque nunca lo habíamos visto. Hoy, cuando los árboles se han cortado para hacer sitio a las plantaciones de té y los arroyos y fuentes se han secado, puedo sentir la tragedia bajo mis pies. Los surcos y los cauces me miran mudos, contando la historia de la erosión del suelo. El hambre está reflejada en la cara de la gente. Hoy solo queda un 2% de la cobertura original de árboles en Kenia, pero el problema es que la gente no dice: “Nuestro medio ambiente está degradado, ¿qué podemos hacer para rehabilitarlo?”, sino que generalmente van y se pelean por lo que queda” Las consecuencias de la deforestación de la tierra son enormes: “La migración de Sur a Norte ocurre, en parte, porque los migrantes están dejando atrás un medio ambiente muy degradado a causa del mal gobierno y de una distribución muy pobre de los recursos. No puede haber paz sin un desarrollo equitativo, y no puede haber un desarrollo equitativo sin una gestión sostenible del medio ambiente en un espacio democrático y pacífico. A veces se tiene la impresión de que la gente pobre destruye el medio ambiente. Pero esas personas están tan agobiadas por la lucha por la vida que no pueden preocuparse por los daños a veces irreparables que están causando al entorno para satisfacer sus necesidades más esenciales. Así, paradójicamente, los más desfavorecidos, cuya supervivencia depende de la naturaleza, son también en parte responsables de su destrucción. Por eso, si realmente queremos salvar nuestro entorno, habrá que mejorar las condiciones de vida de los pobres. En algunas regiones de Kenia, las mujeres recorren kilómetros para procurarse leña en los bosques porque en las cercanías de sus aldeas ya no quedan árboles. Cuando escasea el combustible, deben caminar cada vez más lejos para obtenerlo. El resultado es que se preparan menos comidas calientes, la nutrición se resiente y el hambre aumenta. El continente africano necesita ayuda internacional para mejorar su situación económica. Pero la mayor parte de la ayuda exterior para África es más bien una terapia de supervivencia frente a flagelos sociales: programas de socorro contra el hambre, asistencia alimentaria, control de la natalidad, campamentos de refugiados, fuerzas de mantenimiento de la paz, misiones humanitarias… Apenas se destinan recursos para programas de desarrollo sostenible como formación y educación funcionales, creación de infraestructuras, producción de alimentos o estímulo a las empresas. No hay un solo céntimo para iniciativas culturales y sociales que capacitarían a la población y liberarían su energía creadora. El poder político está ahora en manos de personas con intereses comerciales y que mantienen estrechas relaciones con las multinacionales, cuya única meta es obtener beneficios a expensas del medio ambiente y de la población. Lamentablemente para muchos dirigentes del planeta el “desarrollo” es sinónimo de cultivos comerciales extensivos, presas hidroeléctricas, hoteles, supermercados y artículos de lujo, es decir, la expoliación de los recursos humanos y naturales. Se trata de un enfoque a corto plazo que no atiende las necesidades básicas de la población como una alimentación adecuada, agua potable, vivienda, atención hospitalaria, educación, información y libertad. Las potencias occidentales , en especial los antiguos amos coloniales de la región, han seguido explotando a África y actuando en estrecha connivencia con sus dictadores y dirigentes irresponsables. Espero que en el futuro surjan nuevos dirigentes en África. Confío en que se preocuparán más por su pueblo y utilizarán los recursos del continente para ayudar a los africanos a salir de la pobreza” Siguiendo su ejemplo, Naciones Unidas está llevando a cabo una campaña para la plantación de mil millones de árboles. La idea fue de ella cuando un grupo empresarial norteamericano le manifestó que tenía la intención de plantar un millón de árboles y ella les respondió: “Me parece magnífico, pero lo que realmente necesitamos es plantar mil millones de árboles” Wangari Maathai pudo haberse quedado a vivir cómodamente en EEUU o en cualquier país “desarrollado”. Su curriculum se lo permitía, pero ella optó por volver a su país, a Kenia, para ayudar a los suyos. Renunció a las comodidades de una vida confortable y tranquila para enfrentarse al poder que explotaba a su gente, a una cultura y unas tradiciones machistas que la marginaban por sistema, y a unas multinacionales que esquilmaban su tierra. Demostró que plantar un árbol es hoy un acto revolucionario, que la revolución se puede y se debe hacer plantando árboles, que los árboles pueden acabar con el hambre y la injusticia, que pueden devolvernos la paz, que permiten que la gente se dé cuenta de que pueden hacer algo para que esto cambie, que nos recuerdan que todavía estamos a tiempo, y que, como no lo hagamos pronto, nuestro futuro, el del planeta y el de nuestros descendientes, habrá desaparecido. Un proverbio inglés dice que quien planta un árbol ama a los demás. Wangari Maathai nos amó a todos al demostrarnos que un pequeño gesto como plantar un árbol puede cambiar el mundo.
En el siguiente homenajeamos la figura de Wangari Maathai y su legado en las voces de los representantes del Miniconsejo del Portus.



Además os ofrecemos una serie de vídeos muy interesantes sobre ella y su gran labor.

CANCIONES Y VÍDEOS HOMENAJE


EN INGLÉS WANGARI´S TREES OF PEACE
THE GREEN BELT MOVEMENT

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